RESEÑA: Desierto sonoro
SINOPSIS DE LA EDITORIAL
Un matrimonio en plena crisis viaja en coche con sus dos hijos pequeños desde Nueva York hasta Arizona. Ambos son documentalistas y cada uno se concentra en un proyecto propio: él está tras los rastros de la última banda apache; ella busca documentar la diáspora de niños que llega a la frontera del país en busca de asilo. Mientras el coche familiar atraviesa el vasto territorio norteamericano, los dos niños escuchan las conversaciones e historias de sus padres y a su manera confunden noticias de la crisis migratoria con la historia del genocidio de los pueblos originales de Norteamérica. En la imaginación de los niños, las historias de violencia y de resistencia política colisionan, entrelazándose en una aventura que es la historia de una familia, un país y un continente.
Desierto sonoro, tercera novela de Valeria Luiselli, combina lo mejor de dos grandes tradiciones literarias, la del viaje y la del éxodo: trasiega por el asfalto y atraviesa horizontes desérticos, se detiene en moteles de carretera y penetra en los territorios íntimos de sus personajes, ofreciendo con precisión una serie de instantáneas que retratan las infinitas capas del paisaje geográfico, sonoro, político y espiritual que conforman la realidad contemporánea. Un relato conmovedor y necesario que muestra la fragilidad con que se definen los lazos familiares, indaga en la manera en que documentamos nuestras existencias y pasamos las historias de generación en generación, y se pregunta qué significa ser humano en un mundo cada vez más deshumanizado.
Título: Desierto sonoro (Lost Children Arxives)
Editorial: Editorial Sexto Piso
Idioma original: inglés
A veces es necesario leer relatos que no son ligeros, pero que sí nos permiten contemplar el mundo con otra mirada. Desierto sonoro es uno de esos libros: profundo, ambicioso, que combina lo íntimo y lo político, la carretera y la frontera, el sonido y el silencio.
La historia —un viaje por las carreteras del suroeste americano que es también un viaje interior— se despliega como una polaroid de los sentimientos. Una pareja, documentalistas, viaja con sus dos hijos desde Nueva York hacia Arizona, atravesando los espacios vastos, los moteles, las rutas de Estados Unidos, para enfrentar proyectos que parecen simultáneamente personales y universales. Él está tras los ecos de los apaches, detrás de las huellas históricas de pueblos indígenas; ella investiga la diáspora de los niños migrantes, todo ello en el contexto de leyes, fronteras, sonidos que quedan suspendidos entre lo que vemos y lo que ignoramos.
La ambientación es uno de los aciertos más claros. Luiselli consigue que el paisaje —las carreteras, los moteles, las estaciones de radio, los fragmentos sonoros que se filtran como testigos— no sea sólo escenario, sino parte del relato, casi un personaje más. Luiselli retrata ambientes, sonidos, silencios y emociones con la misma fuerza. Todo respira vida, movimiento y un cierto dolor quieto, de esos que solo pueden explicarse con palabras pequeñas. Esa sensación sonora, ese paso del asfalto al desierto, ese silencio que pesa, todo eso aporta una atmósfera contemplativa, incluso melancólica, que hace que la lectura sea poderosa.
El ritmo de la novela mezcla momentos de pausa con otros de tensión. No hay muchos giros sorpresa bruscos, ni un suspenso de acción violenta constante; más bien la tensión está en las preguntas que surgen, en lo que se calla, en lo que se escucha. Esa forma de narrar, fragmentada, íntima, con voces de adulto y de niño, con intertextualidades literarias, con las “Elegías para los niños perdidos”, con las fotos Polaroid… todo eso contribuye a que la novela atrape, a que no puedas dejar de pensar en el mundo que retrata.
Desierto sonoro es una de esas novelas que no se leen, se habitan. Valeria Luiselli escribe con una sensibilidad que traspasa la página, como si cada frase hubiera sido elegida con la precisión de un bisturí y la delicadeza de una caricia. Su prosa es densa, sí, pero de una densidad que invita a la pausa, a la lectura lenta y gustosa, como quien saborea un vino viejo y complejo. No necesita más profundidad; su mirada ya es suficientemente arriesgada y honesta. Es una narradora que confía en el lector, que no lo lleva de la mano ni le da todo hecho. Y esa complicidad, esa exigencia, forma también parte de su belleza.
No es un libro fácil. Exige atención, exige tiempo. Pero cada página recompensa con una imagen poderosa, con una reflexión sobre la pérdida, la memoria o la incomunicación. Los personajes —especialmente la pareja protagonista y los niños migrantes que atraviesan el desierto— siguen resonando mucho después de haber cerrado el libro.
En definitiva, Desierto sonoro es una lectura que recomienda detenerse, escuchar, mirar. Una novela de viajes, de fronteras, de relaciones familiares tensas por el presente, de memoria histórica, de sonidos que nos recuerdan lo que somos cuando la voz humana apenas se oye.
Un libro que deja huella, de esos que se instalan en algún rincón de la memoria y permanecen, silenciosos pero vivos, como un eco largo del desierto.
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